El Consumo del Otro: Experiencia, mediación tecnológica y cultura
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go del videojuego que permite pilotar la nave del héroe; el perfume que con
densa el glamour de la protagonista; los posters y fondos de pantalla que repro
ducen la estética cuidadosamente calculada de los escenarios del film; los
gad
gets
tecnológicos que la marca de turno ha puesto oportunamente en manos
de los personajes; la estética evocadora que reproducen los spots publicitarios
de los más variados productos; la serie de televisión que continúa los hilos suel
tos de la trama o la historia de personajes secundarios convertidos en prota
gonistas reciclados; la novela reeditada en que se basa el guión del film; la noti
cia del estreno en los informativos y en los suplementos de prensa que confie
ren a la exhibición el carácter de evento social; la súbita proliferación de cómics
y libros sobre la temática resucitada; las conversaciones informales que comen
tan cómo se ha vivido la experiencia, habitualmente en los términos predefini
dos por la campaña de promoción del film...
El resultado paradójico es, al fin, que el espectador codificado forma parte
del relato cinematográfico (o por extensión, mediático) antes siquiera de que
éste tome la forma de una narración. Acaso el síntoma de esta dinámica lo
constituyan las formas más o menos estandarizadas del
trailer
cinematográfi
co en tanto condensan los rasgos espectaculares de la exposición: la esencia
de la banda sonora, la esencia de la condición espectacular de la imagen en
flashes sincopados, la esencia redundante del argumento en frases igualmente
sincopadas y fragmentadas que frecuentemente adoptan una estructura retó
rica, directamente interpeladora del espectador: ¿qué harías si. . .? ¿Hasta
dónde llegarías si. ..?
Otro tanto ocurre con la naturaleza espectacular del flujo televisivo, cuya
condición técnica y expresiva reside precisamente en la inclusión del especta
dor (González Requena, 1 995): el presentador nos habla a nosotros, el actor
del spot publicitario se dirige a nosotros, las imágenes de continuidad nos avi
san de que no se han olvidado de nosotros, el público o las risas enlatadas nos
dicen que formamos parte de la comunidad que, asistiendo a él, forma al
mismo tiempo parte del contenido de los concursos o de los
talk shows.
En ello
reside la proverbial capacidad televisiva de abolición de la intimidad (lbid. : 99),
de transformación pública del espacio privado en unidades individuales que
extraen al sujeto de su comunidad situacional para situarlo en el corazón de la
comunidad electrónica restando así validez a la experiencia individual en favor
de la experiencia codificada por el medio: la pasión de la telenovela o el vértigo
del partido sustituyen a la pasión convivencia! de los sujetos espectadores, a su
experiencia derivada de la interacción.
Así,
si lo característico del simulacro es convertir a la representación en
condición de realidad, lo característico del espectáculo es convertir el goce en
condición de verdad.
El resultado es la instauración de una realidad como goce.
De ahí la compulsión devoradora de las imágenes: el
deseo de mostrar
que
caracteriza al simulacro mediático y su contrapartida en el
deseo de ver
que