El Consumo del Otro: Experiencia, mediación tecnológica y cultura
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permanente y excluyente de acceso individual a un simulacro de entorno
social, sino, por ello, vía de acceso del sujeto a sí mismo en tanto que parte
de ese entorno social -sujeto mediático- y en tanto que instancia de expe
riencia tecnológicamente mediada.
«La conciencia moderna es, en primer lugar, un sujeto virtual negativo. Es un
yo que contempla el mundo y se contempla a sí mismo como otro» (Subirats,
1 997:206).
La descentralización mediática del individuo, como hemos señalado, forma
parte de una dinámica más amplia y compleja cuyo origen, de acuerdo con Bell
( 1 987), puede situarse en la transición de la economía productiva a la econo
mía de consumo. La convergencia de las posibilidades tecnológicas de produc
ción de realidad con la dinámica del consumo hizo posible el paso de la comer
cialización de los objetos a la comercialización de los deseos. La presentización
de la vida social, la implosión de los espacios y tiempos de consumo y la susti
tución de la vivencia por el goce de su reproducción dibujan así un sujeto mar
cado por el narcisismo (el
yo
como fuente de socialidad), el hedonismo (el deseo
como fuente de identidad) y el nihilismo (el goce como horizonte temporal) tan
tas veces señalado (Cfr. por ejemplo, Lipovetsky, 1 986). La condición técnica de
la hipervisibilidad (lmbert, 1 999) o la transparencia (Baudrillard, 2000) conver
ge con el requisito narcisista de la obscenidad (Baudrillard, 1 998) en el sentido
de un mostrar excesivo (hiperrealista, ubicuo, permanente) que responde -al
tiempo que genera- a una demanda excesiva. El sujeto de las sociedades
mediáticas es, en esencia, un
voyeur,
un sujeto cuya identidad y cuya experien
cia provienen radicalmente del goce de la mirada anónima (González Requena,
1 995). Así, si en tanto más ve tanto más es, el sujeto mediático eleva la pul
sión escópica a la categoría de condición existencial (8) y, con ello, consuma el
simulacro: suprime la distancia entre los signos y las cosas. Queda de este
modo trazado el vínculo tardomoderno entre experimentar, vivir y recordar,
según el cual, la memoria vivencia! -lo que uno
puede demostrar ser-
es una
acumulación de experiencias, y las experiencias son imágenes vividas.
No extraña así que la cultura mediática evolucione hacia una característi
ca claustrofilia (Gubern, 2000: 1 55) definida por la implosión del espacio público
8. En este sentido no parece casual la genealogía etimológica que identifica
Narciso
como raíz de
narcosis
(Gubern,
2DCXJ:45).
Pasividad, descentramiento, externalización y autonegación se perfilan como los carac
teres del individuo espectacular como espejo de su
yo
mediático. El espectáculo, en tanto que seducción, se
revela aquí como una forma de poder: la seducción, como ha señalado González Requena
(1 995).
es la exhi
bición de la capacidad de satisfacer un deseo y, al mismo tiempo, la promoción de ese deseo. El espectáculo
es, pues, una tecnología del sujeto por la vía de la sustitución experiencia! (simulacro) y una tecnología del
poder por la vía de la seducción fascinadora: el poder sobre la mirada del otro, cuando ese otro se constru
ye sobre su mirada, es un poder con ambición totalizadora.