Comunicación cultura y migración - page 48

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Juan Miguel Aguado Terrón
mación que, en la línea inaugurada por aquellos que asistieron a principios del
siglo XX al nacimiento de la cultura de masas. aparece caracterizada por un
proceso de formalización en cuyo vórtice se halla la idea de experiencia. Si,
como ha señalado Touraine [lbid. ),
«.. . hay que buscar el principio de integración del mundo instrumental y técni­
co en el mundo de las identidades, que tienden a replegarse en la personalidad
individual o en la herencia cultural colectiva, puesto que ya no se forman a par­
tir de los roles sociales y de la representación de las expectativas de rol, según
la concepción de George Herbert Mead y de Talcott Parsons . . . »,
la experiencia se nos presenta como el contexto en que la identidad indivi­
dual y la memoria histórica se integran en el dispositivo social de naturaleza a
un tiempo tecnológica y económica que son los media. En este sentido, los
medios electrónicos se prefiguran como la encarnación procedimental de la
modernidad -construida sobre las ideas de individuo, racionalidad y proporcio­
nalidad- que, al viabilizar el sueño de un sujeto trascendental, generan una
segunda naturaleza colectiva e individual con fuertes connotaciones contrapro­
ductivas. En ese exceso se encuentra la sensación de fractura que caracteriza
a la reflexión posmoderna.
Si bien resulta difícil delimitar como ruptura lo que en realidad constituye
un frenesí. el pensamiento posmoderno identifica con frecuencia esa ruptura
que le otorga sentido al prefijo con la contradicción y la paradoja como nega­
ciones de la dinámica de la modernidad [Touraine, lbid). El término woltoniano
de sociedad individualista de masas [Wolton, 1999) o la idea misma de simula­
cro apuntan en esa dirección. Bell (1987) o Baudrillard (1998) parecen com­
partir la premisa común de que la sociedad contemporánea funciona sobre la
negación de sus propios principios, en el sentido de que la tardomodernidad es,
al fin, un contraproducto de la modernidad. La idea latente de una sociedad que
se devora a sí misma en una suerte de paroxismo delirante recibe su contra­
partida psicosocial en la concepción de un individuo que se niega a sí mismo los
caracteres sobre los que se constituye y diferencia, un individuo. a la postre,
que se devora a sí mismo.
En virtud de la colonización de la experiencia individual que los define, las
condiciones que el simulacro y el espectáculo mediáticos imponen a la identi­
dad del sujeto contemporáneo son, a grandes rasgos, las de una actitud con­
templativa : el sujeto mediático es, en esencia, un sujeto espectador. La natu­
raleza del espectador es la de una pulsión escópica -en el sentido lacaniano
de apropiación visual del objeto como deseo- que se agota en sí misma, que
se vierte hacia fuera y, en definitiva, otorga al sujeto su condición delegatoria
en cuanto propone la construcción de identidad sobre la identificación y la
proyección antes que sobre la realización. El medio deviene así no sólo vía
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